Los viajeros sólo buscan
un punto de partida.
Foto. JOHN WILLIAM W. |
Soñar
con la otra mitad del mundo en
un festival de baile, violines y tambores.
Descuidar el horario, por qué no, para dar el último zapateado
y rendirle cuentas solamente al corazón.
El corazón, que se escapa por las calles abarrotadas de gente,
robada de su trabajo hasta el día después.
Al estallido de guitarras, el vino asumirá la noche
y los ponchos, las tiendas, el olor a pizza y carne asada,
saldrán a saludar las puertas abiertas donde no cabe ni una mosca.
Los jóvenes avanzarán halagando a los maestros
y en alguna esquina se canjeará el miedo por un minuto más de existencia.
Dejar el centro vacío
donde sólo anidarán las aspiraciones de ser un trozo de noche,
una confusión de pueblo, y el sabor del folclore,
sobreviviendo más allá del cerro.
X:M